EL ÚLTIMO CABALLERO ( I).

I. El griterío de la gente que se agolpaba frente a la pira, era ensordecedor. El humo oscuro y espeso ascendía al cielo formando negros nubarrones, y el olor acre a carne quemada subía por la nariz, haciendo difícil la tarea de respirar. Isabelle frente a semejante espectáculo, observaba de manera febril, sin poder hacer nada. Ya la situación había llegado a un extremo insostenible, y era imposible dar marcha atrás, la historia seguiría su curso y nada, ni nadie podría impedir que aquellas dos personas que estaban siendo ajusticiadas, fuesen a poder escapar de un final seguro. Las lágrimas que resbalaban por su rostro eran tan amargas como el hedor que se respiraba suspendido en el aire. Se tapó los oídos con ambas manos para no escuchar el sin fin de improperios que la gente lanzaba a aquellos dos cuerpos, que se debatían retorciéndose de dolor, entre la vida y la muerte. Ahora su mente vagaba por los recuerdos acontecidos tan solo un año antes, cuando caminaba buscando setas por el Bois de Boulogne. Era una mañana fresca pero soleada. Los primeros rayos de sol anunciaban una primavera incipiente. Tras caminar durante un espacio corto de tiempo por el camino que conducía de la cabaña al lago, se adentro en el espesor del bosque y allí entre la maleza y unos altos arbustos, se encontró el cuerpo de un hombre que parecía sin vida. Se acercó con desconfianza y observó; parecía respirar, pero de manera débil. Su hombro sangraba abundantemente y el color de la sangre se confundía con una gran cruz roja que sobre fondo blanco, abarcaba todo el pecho de su vestidura. Agachándose, levantó la cabeza del extraño caballero y apartando un mechón de su rostro, pudo ver unas facciones robustas pero a la vez bien parecidas. Él entreabrió los ojos e intentó hablar, pero ella dejando reposar con suma delicadeza sus dedos sobre los labios de él, le indicó con un gesto un gesto negativo de cabeza, que no lo hiciese. - Monsieur, no intentéis hablar. Ahora debo irme a buscar ayuda en el poblado mas cercano, pero pronto vendré a buscaros. - No por favor,- dijo con apenas un hilo de voz.- No lo hagáis por el amor de Dios. Mi vida corre un gran peligro y nadie puede enterarse de que estoy aquí. Isabelle sin esperar a que volviese a hablar, corrió hasta la cabaña y ensillando un jamelgo a una destartalada carreta se dispuso a volver, no sin antes coger un recipiente de barro que lleno en el pozo, con agua fresca. Cuando llegó el caballero había vuelto a perder el conocimiento. Mojando un extremo de su falda con agua, le refrescó la cara y de nuevo volvió en si. - Ahora Monsieur, debéis ayudarme un poco, he de subiros en el carro, y es preciso que intentes levantaros y apoyaros en mí. Con mucha dificultad, consiguió levantarle y montarle en la carreta y sin demorarse lo mas mínimo, le condujo hasta la cabaña.

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