EL ULTIMO CABALLERO (II)

II. Durante los siguientes tres días, estuvo inconsciente. Ni las pócimas preparadas con las hierbas más fuertes que ella conocía, conseguían bajarle la fiebre. Al amanecer del cuarto día, despertó y la fiebre ya había remitido, pero se encontraba débil. - ¿Que tal os encontráis Monsieur? - Mal, ¿quien eres y dónde estoy?- Con una mirada rápida, escudriñó toda la cabaña. Intentó incorporarse pero se detuvo de inmediato.- La cabeza me da vueltas. - Es normal habéis perdido mucha sangre. Pero..... ¿No recordáis nada? Yo soy Isabelle y esta es mi casa.- Isabelle le miró esperando respuesta y al no recibirla, siguió - Os encontré tirado en el bosque y lleváis en ese jergón desde entonces. ¿Qué os ocurrió? Teníais una herida muy profunda en el hombro y casi os desangráis; así que ahora es mejor que intentéis tomar este caldo- mientras Isabelle le acercaba un cuenco con un humeante liquido- Tomad y os recuperareis. - Imposible, debo levantarme y marcharme ahora mismo. No puedo quedarme ni un momento más. Estoy arriesgando mi vida y la tuya. Isabelle se estremeció al escuchar lo que el caballero acaba de decir. Desde el momento en que lo encontró en el bosque, sospechó que algo grabe ocultaba, pero durante los tres días anteriores no lo había vuelto a pensar. Su cabaña se encontraba en un extremo apartado del bosque y nadie pasaba por allí nunca. - Lo siento pero creo que es imposible, no creo ni que podáis levantaros, ni tan siquiera dar un paso. ¿Por qué no comenzáis por decirme quien sois, y que os ocurrió? Aquí estáis a salvo y yo tengo mucho tiempo para escucharos. El caballero la miró con extrañeza, pero sintió que verdaderamente le debía ciertas explicaciones. - Me llamo Domique Deschapelle y..... ¿De verdad que no sabes lo que soy? - No ¿por qué habría de saberlo? Él aun incrédulo, le volvió a preguntar. - ¿Mis vestiduras no te dicen nada?- miró a Isabelle y pudo comprobar que en su rostro se reflejaba la verdad, cuando ella negó con la cabeza.- Soy caballero y pertenezco a la orden de los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, y el otro día, cuando me encontraste, huía de la Guardia Real, que me perseguía para apresarme y después ajusticiarme. ¿Pero de verdad que no sabes lo que esta ocurriendo estos días en París? ¿En que mundo vives muchacha?- Isabelle se encogió de hombros y dio callada por respuesta.- Bueno ya te he contado lo que querías saber. Ahora corre y denúnciame, al menos tú estarás a salvo. - Y yo ¿qué saco con eso? Podéis estar tranquilo, no seré yo quien os delate. Nunca he conocido a nadie perteneciente a esa Guardia Real, ni tampoco al Rey, ni creo que mi pobre existencia les a importe a ellos lo más mínimo. Pero contadme más.- Y sentándose en el suelo, sobre una estera de esparto, frente al acogedor fuego de la cabaña, se dispuso a escuchar el relato que Dominique Deschapelle estaba a punto de contarle.

EL ÚLTIMO CABALLERO ( I).

I. El griterío de la gente que se agolpaba frente a la pira, era ensordecedor. El humo oscuro y espeso ascendía al cielo formando negros nubarrones, y el olor acre a carne quemada subía por la nariz, haciendo difícil la tarea de respirar. Isabelle frente a semejante espectáculo, observaba de manera febril, sin poder hacer nada. Ya la situación había llegado a un extremo insostenible, y era imposible dar marcha atrás, la historia seguiría su curso y nada, ni nadie podría impedir que aquellas dos personas que estaban siendo ajusticiadas, fuesen a poder escapar de un final seguro. Las lágrimas que resbalaban por su rostro eran tan amargas como el hedor que se respiraba suspendido en el aire. Se tapó los oídos con ambas manos para no escuchar el sin fin de improperios que la gente lanzaba a aquellos dos cuerpos, que se debatían retorciéndose de dolor, entre la vida y la muerte. Ahora su mente vagaba por los recuerdos acontecidos tan solo un año antes, cuando caminaba buscando setas por el Bois de Boulogne. Era una mañana fresca pero soleada. Los primeros rayos de sol anunciaban una primavera incipiente. Tras caminar durante un espacio corto de tiempo por el camino que conducía de la cabaña al lago, se adentro en el espesor del bosque y allí entre la maleza y unos altos arbustos, se encontró el cuerpo de un hombre que parecía sin vida. Se acercó con desconfianza y observó; parecía respirar, pero de manera débil. Su hombro sangraba abundantemente y el color de la sangre se confundía con una gran cruz roja que sobre fondo blanco, abarcaba todo el pecho de su vestidura. Agachándose, levantó la cabeza del extraño caballero y apartando un mechón de su rostro, pudo ver unas facciones robustas pero a la vez bien parecidas. Él entreabrió los ojos e intentó hablar, pero ella dejando reposar con suma delicadeza sus dedos sobre los labios de él, le indicó con un gesto un gesto negativo de cabeza, que no lo hiciese. - Monsieur, no intentéis hablar. Ahora debo irme a buscar ayuda en el poblado mas cercano, pero pronto vendré a buscaros. - No por favor,- dijo con apenas un hilo de voz.- No lo hagáis por el amor de Dios. Mi vida corre un gran peligro y nadie puede enterarse de que estoy aquí. Isabelle sin esperar a que volviese a hablar, corrió hasta la cabaña y ensillando un jamelgo a una destartalada carreta se dispuso a volver, no sin antes coger un recipiente de barro que lleno en el pozo, con agua fresca. Cuando llegó el caballero había vuelto a perder el conocimiento. Mojando un extremo de su falda con agua, le refrescó la cara y de nuevo volvió en si. - Ahora Monsieur, debéis ayudarme un poco, he de subiros en el carro, y es preciso que intentes levantaros y apoyaros en mí. Con mucha dificultad, consiguió levantarle y montarle en la carreta y sin demorarse lo mas mínimo, le condujo hasta la cabaña.

CONTRA LA ENVIDIA UN BUEN CONTRAATAQUE. Que pensaban que yo iba a abandonar. No todavía no me conocen. Si es preciso abro otro blog, pero ...